¿Usted recuerda la mítica escena del 14 de abril de 2002, horas de la madrugada? Un Chávez Ave Fénix se dispone a dirigirse al país, luego de haber sido derrocado y ruleteado por los bordes de la muerte. Está a punto de empezar a hablar, con su crucifijo en la mano, cuando una voz bien afinada canta: “¡Volvió, volvió, volvió!”, con el mismo tono que hasta no hace nada los opositores rabiosos decían “¡Se va, se va, se va! Bueno, si usted recuerda esa voz, ya sabe quién es Teresa Maniglia Ferreira, Teresita para los amigos.
El canto logró que el rostro del Comandante resplandeciera con una sonrisa relajada, la primera tal vez desde que la vorágine del golpe de Estado se lo había llevado por caminos inciertos, la noche del terrible 11. “Esa Teresita, siempre canta”, dijo agradecido.
Ya una vez en el pasado, la voz de Teresita se había escuchado en uno de esos momentos que privan del aliento, en otra hora clave de la vida de Hugo Chávez, aunque esa otra vez, él no se enteró. Fue el 4 de febrero, cuando el joven oficial de paracaidistas pronunció su mantra “por ahora”. Maniglia era gerente de Prensa de radio Rumbos y allí mismo, en la redacción de la emisora, delante de algunos compañeros de trabajo, prometió que seguiría a aquel hombre “hasta la vida”.
Para entender lo que significó aquella promesa hay que poner todo en contexto, porque 21 años de trepidantes cambios han erosionado la memoria de muchos. Para aquel entonces, radio Rumbos era la gran emisora informativa del país. Su noticiario, Noti-Rumbos, era una referencia nacional e internacional. La fanfarria con la que se anunciaban las noticias urgentes, los “extras”, le había causado escalofríos a todo el que tuviera sangre en las venas desde los azarosos días de 1959. Esa fanfarria atronó, por cierto, la noche del 3 de febrero, pues la primicia mundial de la asonada militar bolivariana la dio esta emisora en la voz del redactor José Guillermo “Ñemo” Cartaya. Y Teresita era la jefa de tan formidable radioperiódico no por casualidad, sino porque se lo había ganado a punta de trabajo y de ser una tipa echada pa’lante en una emisora tradicionalmente dominada por varones.
Su olfato noticioso y muy bien informadas fuentes habían permitido a Teresita tener montada una operación comando periodística que se activaría apenas arrancara “la fiesta”, como le decían los que estaban en la movida. La noche del 3 algo sabía la periodista porque andaba cual fiera enjaulada y cuando finalmente recibió la llamada con el anuncio, comenzó frenéticamente a telefonear a sus reporteros. “Lo único que nos dijo fue: ve a tu puesto”, cuenta uno de ellos. No hacía falta más nada porque todo estaba hablado.
SIEMPRE ARRIESGANDO EL PELLEJO
Cubierta de gloria, periodísticamente hablando, Teresa quedó, sin embargo, herida por el rápido fracaso de la insurrección. De allí en adelante no serían pocas las veces que arriesgó su pellejo profesional al lanzarse en defensa de los rebeldes. Cuando todavía se encontraban en el cuartel San Carlos, corrió el rumor de que a Chávez lo habían asesinado. Aunque no era su costumbre ponerse directamente al micrófono, hizo una llamada al centro de reclusión y le exigió, en directo, a uno de los custodios que le pusiera a Chávez al teléfono para que dijera: “Estoy vivo”. El lío que se armó fue de pronóstico reservado. No eran tiempos buenos para la libertad de prensa, aunque los perseguidores de entonces –y muchos perseguidos también– ahora juren lo contrario.
Luego, otra de sus fuentes le trajo una grabación de Chávez, Francisco Arias Cárdenas y Jesús Ortiz Contreras, hablando de El árbol de las tres raíces. Ella le preguntó a su hermano Orlando, oficial activo de la Marina, qué podía pasar si la ponía al aire. El hermano le auguró que nada bueno ocurriría, pero aún así le recomendó hacerlo. Ardió Troya porque –necesario es reiterarlo– radio Rumbos no era entonces cualquier emisora.
Pero el episodio más duro estaba por venir. El 10 de marzo se había convocado un cacerolazo a las 10 de la noche, bajo el lema: “hoy es 10, son las 10, vete ya Carlos Andrés”. El aparato estatal logró silenciar a todos los medios, excepto a Noti-Rumbos o, dicho con más apego a la verdad, excepto a Teresita. Ella decidió transmitir el cacerolazo y el propio ministro de Relaciones Interiores, Luis Piñerúa Ordaz, se apareció allá con un comando de la Disip, determinado a acallarla. Pelearon fuera de la cabina y Maniglia lo retó a debatir frente a los micrófonos con uno de sus periodistas. Esa entrevista quedó registrada en la historia del periodismo venezolano, lástima que por entonces no había tantas ONG defensoras de la libertad de expresión como las hay en estos tiempos. Se hubiesen dado banquete.
El aporreado gobierno de CAP siguió peleándose con la radioemisora. El 27 de noviembre, a propósito de la segunda asonada militar, aprovecharon para darle con todo. De hecho, la suspendieron por 15 días. Sin embargo, la salida de Maniglia se produjo tiempo más tarde, cuando ya Pérez era parte de una accidentada historia.
VOZ DE NEGRA CUARTOBATE
La primera vez que Teresa Maniglia habló con Chávez, le tiró el teléfono. Claro, no fue a propósito, sino por culpa de la incurable vena de echador de lavativas del también periodista Alexis Rosas. Ellos compartían un programa diario llamado Juicio a la noticia y Rosas –un bromista nato– la llamaba cada tarde imitando la voz de alguien. Aquella tarde, cuando escuchó la voz que dijo: “Hola, Teresita, soy Hugo Chávez”, la atareada periodista pensó que era el fastidioso Alexis. “Estoy muy ocupada, anda a joder a otro”, le dijo Teresita a la voz y colgó. Minutos después, un Rosas con su propia voz la llamaría para decirle: “¡Coño, Teresita, ese que te llamó era de verdad Hugo!”.
Luego de ese traspiés, las conversaciones serían frecuentes y –nada sorpresivo, conociendo al personaje– muy largas, siempre por teléfono. No quiso visitarlo en la cárcel porque seguramente generaría una nueva tormenta, dada su condición de gerente de Prensa de Radio Rumbos. Se decidió a hacerlo una vez que Chávez fue llevado al Hospital Militar para una operación de los ojos. Se apareció allá con su esposo, el también periodista Oswaldo Pino, más conocido como “el Chino”, haciéndose pasar por parientes recién llegados de Sabaneta. Luego de múltiples peripecias lograron verlo. Chávez quedó desconcertado porque dijo que al oír su voz por teléfono se la imaginaba como “una negra cuartobate” y resulta que Teresa es blanquita (por sus ancestros italianos y portugueses), bajita y flaquita. “¡Qué gañote te gastas!”, le dijo el Comandante. Ese día, desde el umbral de la puerta de la habitación, la voz resonó de nuevo: “Hugo Chávez, serás Presidente”, sentenció.
La costumbre de tutearlo y decirle Hugo terminó cuando, tal como ella lo había presagiado, llegó a la jefatura del Estado. Desde entonces le llamó Presidente, a pesar de sus protestas. A partir de ese momento, su fidelidad ha sido tan potente que (ni en vida del Comandante ni mucho menos ahora) ha querido conceder entrevistas para hablar de su agitada vida al lado de este hombre histórico. Si alguien podría escribir una excelente biografía del Comandante Hugo Chávez, esa persona es Teresa Maniglia. Sin embargo, su compromiso con el jefe ha negado siempre esa posibilidad. “Esta historia no es nuestra, es de él”, dice cuando alguien quiere entrevistarla para oír confidencias y cuentos. No queda otra alternativa que rasguñar aquí y allá, como ella misma sabe hacerlo cuando anda en plan de reportera.
“Teresita se entregó por completo a ese ser tan exigente que fue nuestro Comandante-Presidente”, expresa Martín Pacheco, otro veterano de mil batallas periodísticas.
“Teresa fue una enamorada de Chávez –dice una exreportera de Miraflores–, lo admiraba, lo quería, lo adoraba… no sé cómo definir ese embelesamiento que sentía por él. Era algo tan fuerte que a veces perjudicaba al Presidente porque lo celaba tanto que le bloqueaba el acceso a periodistas que hubieran podido ayudarlo”.
Ese afán de proteger al Comandante se agudizaba, como es natural, en las circunstancias más difíciles. Por ejemplo, durante los sucesos de abril de 2002 jugó un cuadro tan cerrado que algunos reporteros que estaban allí de buena fe, tratando de informar, se quedaron con las ganas de difundir la versión del Gobierno, antes de que detonara el silencio informativo que luego –para vergüenza de varias generaciones de periodistas– acordaron los medios.
Con respecto a ese día, de nuevo hay que ponerse en el contexto. Fiel a su promesa de seguirlo hasta el final, Teresita estaba decidida a quedarse a su lado la noche del 11 y madrugada del 12, incluso si los golpistas cumplían su amenaza de bombardear el palacio. “De hecho, ella se despidió del Chino”, revela cierta amiga de la pareja, una de las más sólidas y duraderas de un gremio plagado de divorcios (Teresita y “el Chino”) –dicho sea a modo de chisme farandulero– se empataron el 18 de febrero de 1983, es decir, que lo que para el país fue el Viernes Negro, para ellos fue color de rosa).
Como bien se sabe, el Presidente resolvió evitar el desenlace al estilo chileno y fue a meterse a la boca del lobo, en Fuerte Tiuna, mientras Maniglia lloraba sin parar. “El Chino” pasó buscándola casi al amanecer y estuvieron dos días a salto de mata, temiendo que pudieran entrar en la lista de cacería que habían armado los cabecillas del derrocamiento y que, desembozadamente, animaban los periodistas y figuras ancla en los medios conjurados. El 13 de abril, siempre bien informada, Teresita tuvo ya la certeza de que Chávez retornaría triunfalmente y por eso, se apresuró a regresar a Miraflores. Allí estaba la madrugadita del 14 cuando su amado líder pronunció otra de las grandes piezas oratorias de su fulgurante carrera política, el discurso del crucifijo. Y fue ella quien lo interrumpió con su gañote de negra cuartobate: “¡Volvió, volvió, volvió, volvió!”, cantó la Teresa. ¿Quién puede olvidarse de ese momento?
Así es ella
Teresa Maniglia Ferreira es licenciada en Comunicación Social egresada de la Universidad Central de Venezuela en 1981. Tiene especialización y máster en Radio, de la misma institución. Al principio de su carrera trabajó en Radio Rumbos como redactora hasta que alcanzó el cargo de gerente de Prensa. También fue jefa de Prensa de la Cámara de Diputados, jefa de Información en Venezolana de Televisión, directora de Radio Nacional de Venezuela, viceministra de Gestión Comunicacional (en dos oportunidades) y jefa de Prensa del Palacio de Miraflores. Fue galardonada con el Premio Nacional de Periodismo en 2010 y con los premios municipales Cecilio Acosta, en 1993; y del Municipio Libertador en dos ocasiones (1994 y 2001).
Guión de telenovela
Como en las telenovelas, Teresa Maniglia y Hugo Chávez estuvieron a punto de trabar amistad muchos años antes de lo que ocurrió en realidad. Ella tenía unos 16 años y vivía en el Prados de María. Su hermano Orlando, a la postre ministro de la Defensa del Gobierno Revolucionario, era cadete de la Escuela Naval, tenía dos compañeros que también residían por esos lados: Douglas Warner, de la Efofac (Guardia Nacional); y Hugo Chávez, de la Academia Militar (Ejército).
El papá de los Maniglia, Biaggio, tenía una tintorería llamada Venecia (aún existe), y los sábados les lavaba gratis el uniforme a los tres, para que los domingos cuando regresaran a sus escuelas estuvieran impecables. Era una rutina semanal cuando estaban libres. “Hugo vivía en las residencias Aroa y los Maniglia en el edificio Santa Ana –cuenta un confidente que pide el anonimato, a riesgo de que Teresita ‘lo asesine’–. Era realmente flaquito, siempre estaba muy alegre. A veces saludaba de lejos a la hermanita de su compañero Orlando, pero ni siquiera llegaron a conocerse”. El encuentro iba a ser varios años después. Así lo había decidido el guionista de la telenovela, Dios, el destino, las casualidades… quién lo sabe.
Éxitos de ayer
La pasión por el Comandante Chávez llevó a Teresa Maniglia a ser, incluso, productora musical. Ella seleccionó de los Aló Presidente, las cadenas y otras presentaciones públicas, las mejores incursiones en el canto del líder revolucionario. Con la selección hizo el CD Éxitos de ayer de Chávez.
El propio Presidente relató que encontró a su hija María doblada de la risa y le preguntó de qué se reía tanto. “Papá, es que estoy oyendo el último disco grabado por ti”.
Contó Chávez que a las piezas que él cantó a capella, Teresita les puso pista musical “De repente estoy cantando yo, pero péeesimo y, para mayor agresión, le da continuidad a la canción en la voz de Vicente Fernández. ¡Imagínate el contraste entre Vicente Fernández y el desastre de mis canciones!”, dijo el Comandante.
ILUSTRACIÓN ETTEN CARVALLO
Prensa YVKE
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