miércoles, 14 de agosto de 2013

Fidel Castro, el hombre sin tiempo - Rosana Berjaga


Fidel Castro capturado por la cámara de su hijo Alex

Él nació sin tiempo. Así tiene que haber sido, porque para cuando nací yo, él ya era grande, ya había hecho mucho, había hecho tanto, que mi abuela ya lo veneraba.

A mí me hicieron creer por mucho que era infranqueable y me lo demostraron ampliamente con el fracaso continuo de los 600 y más intentos de asesinato. También me dijeron que era un profeta, muy contrario al refrán popular, este era profeta también en su tierra.

Más tarde me aseguraron que era el hombre con más hijos en el mundo; y luego que era el loco más cuerdo que jamás se hubiera conocido sobre la tierra. Que no tendría ganado el Paraíso -como seguro tampoco lo tendría el Quijote- por la virtud de enfrentarse a molinos de viento; algunos enfrentamientos hechos de antemano, que solo comprenderíamos los mortales años después, cuando el aire nocivo de las aspas pretendiera nublarnos la razón.

Creí todo sin cuestionar, hasta que lo vi caer. Era quizá la lección que me faltaba: no era infranqueable, no, Ni invencible. Enfermaba como otros, padecía como otros... y envejecía.

A mi hombre sin tiempo, Fidel Castro, se le arrugaban las manos, se le manchaba el rostro, se le cortaba la voz... pero al parecer seguía siendo profeta; le seguían naciendo hijos -brotados en todos los idiomas y bajo cualquier credo; y alguna fuerza extraña que no poseemos estos otros, le hace arremeter con más fuerza contra los molinos según pasan los años.

Rara manera de aprender que el cuerpo queda preso de los avatares diarios y que la inmortalidad radica en otras razones más viscerales, sin capas ni máscaras, sin superpoderes, sin tiempo...
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