jueves, 8 de agosto de 2013

Nicolás: Hombre de a pie, de la calle, del pueblo




Un obrero pasea por un conocido parque de la ciudad, recorre una avenida, una plaza y sus caminerías. Conversa con sus compañeros, se detiene, sonríe, comenta la función de cine a la que acaba de acudir. En la noche fresca del martes 6 de agosto, cerca de las diez, el hombre relata algunos recuerdos que le trae la ciudad. Allí fue niño, adolescente, estudiante, revolucionario, militante, trabajador. Hoy, por esas vueltas de la historia, es el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

Quienes caminan a su lado hacen un esfuerzo para mantener el ritmo cuando Nicolás Maduro apura el paso e inclusive trota, mientras bromea y saluda a los transeúntes con quienes se topa. También desde los vehículos lo miran.

Muchos expresan emoción, otros observan la escena con cierta incredulidad. Pocos metros más allá una pareja finge no darse cuenta del hecho o trata de ignorarlo, como para expresar algún desacuerdo, o incluso, desagrado. Así es en democracia.



Una hora antes Maduro asistió al preestreno del largometraje Bolívar, el hombre de las dificultades, una pieza realizada por la Fundación Villa del Cine, complejo cinematográfico creado como iniciativa del Gobierno del comandante Hugo Chávez para promover la producción nacional de obras audiovisuales.

A la salida de la proyección, el jefe de Estado decidió iniciar el recorrido que le llevó, a través del parque Los Caobos, el denominado paseo Colón y la céntrica zona de la plaza Venezuela; espacios recuperados por el Gobierno nacional para el disfrute de los habitantes de Caracas.



—¡Nicolás! ¡Cilia! —gritaba una joven desde la ventana de un taxi. Mientras tanto, un vehículo se estacionaba sin mucho cuidado en un borde de la plaza.

—¡Vamos a ver al Presidente! —comentó la muchacha que conducía, al tiempo que apuraba el paso en compañía de un niño y una adulta mayor.

Además de la primera combatiente, Cilia Flores, acompañan a Maduro el vicepresidente Jorge Arreaza y algunos miembros del gabinete ministerial.

Allí, en la plaza Venezuela, funciona el Centro de Control de Operaciones del Metro de Caracas, empresa en la que Maduro se desempeñó como chofer de autobús hasta llegar a destacarse como líder sindical. El lugar sirvió como escenario para el reencuentro con viejos compañeros de trabajo.


Para entonces ya había hecho su parte la destreza del pueblo para comunicarse. La gente comenzaba a congregarse en las afueras del recinto, en la estación del Metro.

—Yo venía caminando para mi residencia, venía de la universidad, cuando vi que venía de frente hacia mí y dije: ¡Ya va! ¿Ese es Nicolás Maduro? Quiero hablar con él. Ya tenemos cinco meses sin recibir clases.

A pocos metros se ubican las residencias estudiantiles Livia Gouverneur, construidas en el antiguo edificio Los Andes, recuperado por el Gobierno Bolivariano.

El muchacho estudia Educación en el Pedagógico de Caracas, uno de los centros educativos afectados por la paralización de actividades promovida por autoridades universitarias y sectores identificados con el oposicionismo en Venezuela.


De repente se oye un coro: “¡Ahí está Nicolás!” Y el Presidente sale al encuentro con su gente.

—¿Qué hacen ustedes aquí a esta hora? —dice el Presidente mientras se abraza a los presentes.

Detrás de Nicolás una joven mujer observa callada. Sus ojos demuestran preocupación. Pero ella no lo llama, no lo saluda. El Presidente ya se va y ella sólo mira, hasta que otra señora junto a ella dice con voz aguda:

—¡Presidente! Ella tiene un problema, pero tiene pena de hablar con usted. Tiene un hijo muy grave, Presidente. —Maduro la atiende, conversa con ella y ordena ayudarle de inmediato.

Ya cuando el mandatario va a abordar el automóvil otra voz, esta vez masculina, fuerte, jovial se escucha: “¡Nicolás Maduro Moros!”. Pero la imagen de quien llama la atención del Presidente habla de otra cosa. Un joven débil, tembloroso, nervioso y desorientado se aproxima. Nicolás lo toma por las manos, el joven pide ayuda, tiene problemas de adicción a las drogas y se encuentra en situación de calle.

El Presidente le dice: —¡Déjame ayudarte! Pero tienes que dejarte ayudar. ¿Aceptas mi ayuda? Vente con nosotros. Por favor, llevémoslo con nosotros.


Por José Manuel Blanco Díaz
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